900. Lunes, 22 enero, 2007

Capítulo Noningentésimo: "Entrar en el terreno de los hechos es entrar en el mundo de los límites" (Gilbert Keith Chesterton, 1874-1936, escritor inglés)

No digo yo que la pregunta me quitara el sueño. Al fin y al cabo la explicación de ser el aparatito que quite los desagradables, aunque naturales, olores, bien pudiera haber servido para bautizar a la taza del retrete de toda la vida como "inodoro".

Pero claro tenía que haber truco. Al fin y al cabo semejante explicación podía servir también para llamar inodoro a cualquier inofensivo orinal ya que cumple justamente la misma función, más manual y tal, pero sirve para lo que sirve: para deshacerse, entre otras cosas, de los elementos capaces de producir ciertos olores.

Resulta que la taza del retrete como tal fue inventada por el 1883 sin demasiado éxito. ¿La razón?, no era más que una versión del orinal de siempre con tapadera. Pensando, pensando a un señor se le ocurrió ponerle una cisterna y aquello empezó a mejorar aunque tenia un gran inconveniente: al tirar de la cadena el agua arrastraba los que se había depositado allí, sí, pero al rato de no usarlo por aquel agujero, ya seco, empezaba a salir un penetrante olor de lo más desagradable, un olor que no desaparecía hasta que otro tironcito de cadena aliviara el ambiente. Consecuencias: uno se deshacía medianamente bien de los residuos orgánicos, pero aquello apestaba.

Fue un tal Thomas Crapper al que se le ocurrió la idea: oponer un sifón que garantizara que iba a quedar siempre en el fondo del "aparato" una pequeña cantidad de agua para evitar que subieran los malos olores que se formaban entre un uso y otro. Visto el resultado y por aquello de vender mejor su producto destacando su nueva cualidad, empezó a llamarlo "inodoro" y hasta ahora. Por cierto ¡qué invento!

... prensa amarilla

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