898. Jueves, 18 enero, 2007

Capítulo Octingentésimo nonagésimo octavo: "Cerebro: aparato con el que pensamos que pensamos". (Ambrose Bierce, 1842-1914, escritor estadounidense)

Hoy, que las prisas laborales están en uno de sus momentos más críticos, no me resisto a copiar un texto ajeno. Por largo que sea.

¿Cómo explicar esos amores patéticos, llenos de sufrimiento y renuncia? ¿o esos otros absolutamente altruistas? ¿y esas rupturas de parejas que "parecían hechos el uno para el otro"? ¿o la persistencia del amor hacia quien maltrata a su pareja?. El amor constituye en sus diversas formas uno de los motores básicos del comportamiento humano. Es junto a la salud y el dinero una de las fuentes de felicidad y al tiempo de desdicha, así como el núcleo argumental de buena parte de la literatura y el cine.
Sin embargo, hasta hace poco no ha preocupado especialmente a los investigadores de la conducta, entre otras razones porque no es un comportamiento que pueda observarse, sino un estado interno cuyas evidencias externas no son tan obvias (es posible estar enamorado sin síntomas de conducta claros).
Por ese motivo, frente a las investigaciones sobre conducta sexual -más habituales- son escasos los estudios que se han centrado en el amor y en sus diversos aspectos (creencias, actitudes, elección de pareja, estrategias de seducción, estilos amorosos, intercambio y poder en la relación, conducta sexual, etc.). De ahí la relevancia de la investigación a la que se hace referencia en estas páginas, la primera realizada en España con muestras representativas de la población. Aunque los grandes interrogantes seguirán sin respuesta, estos datos nos pueden ayudar a comprender mejor el fenómeno amoroso.

El ansiado flechazo solamente llega para 1 de cada 4 personas, las otras 3 se van enamorando poco a poco.

Uno de los resultados más claros del estudio, y al tiempo de los más preocupantes, es la generalizada aceptación por buena parte de los españoles de unas creencias sobre el amor que, en general, resultan más bien erróneas. Por ejemplo, el mito de que existe una pareja predestinada para cada cual (media naranja) resulta además absurdo: la mayoría de los entrevistados dice haber hallado a su pareja en su entorno (compañeros de trabajo, estudios, o residencia) o de modo casual. La creencia de que la pasión amorosa verdadera dura toda la vida resulta, además de ingenua, difícilmente compatible con ciertos imperativos psicológicos y biológicos. Esa pasión eterna en la que cree buena parte de los españoles se desvanece, de promedio, en torno a los cuatro años, según algunos estudios recientes. ¿Y qué decir sobre la creencia según la cual cuando se ama de verdad, se es fiel a la pareja siempre? ¿O la de que el amor lo puede todo?

La base del matrimonio es el amor: el 86% de los encuestados piensa que uno sólo debe casarse por amor.

Estas ideas, impregnadas de un evidente romanticismo fílmico, son preocupantes no ya por su escasa racionalidad, sino por sus resultados: expectativas irreales, desengaños, exigencias imposibles de satisfacer, rupturas precipitadas, relaciones fallidas, etc. Con ese equipaje de creencias, un obstáculo, el declive de la pasión, una infidelidad, se convierten en prueba de que el amor no era verdadero, o ya no existe, lo que lleva a la ruptura. Aunque, según indican los datos, al aumentar el nivel educativo se asumen menos esas creencias, lo que refuerza una idea básica: en estas cuestiones es posible aprender.
Muy en línea con lo anterior, la mayoría de los entrevistados considera que las personas sólo deberían casarse por amor.
Así, según los datos, buena parte de sus relaciones estables surgieron sin preocuparse mucho por el futuro (trabajo, hijos, familia...) o por la compatibilidad de la pareja. Ya se sabe, el amor lo puede todo, y la pasión (eterna) sustentará la relación. No vendría mal recordar que la asociación amor-matrimonio no ha sido dominante en otras épocas o culturas, en las que se imponía el pragmatismo a la hora de concertar las relaciones.

Cuando se plantea una relación esporádica, lo que más cuenta para el 53% es el atractivo físico

En cierto modo, da la impresión de que todavía persiste en nuestra sociedad, en mayor o menor grado, un tipo de amor que cabría denominar dependiente o adictivo. Se trata de un amor centrado en uno mismo -a menudo fruto de una inmadurez afectiva- que conduce a la necesidad del otro para llenar las propias deficiencias ("te necesito para ser feliz", "no puedo vivir sin ti"), a un amor posesivo, a la emergencia de celos (de hecho, la mayoría de los entrevistados consideran insoportable la idea de que su pareja le sea infiel)... Por desgracia, y bajo la apariencia de "amor verdadero", este tipo de amor, además de generar problemas y sufrimientos tarde o temprano, no garantiza la propia felicidad (ningún ser humano puede llenar a otro) ni tampoco la de la pareja.
En el camino hacia un amor más consciente y maduro (no tan centrado en uno mismo, menos celoso y más realista) emergen escollos. Dos son fundamentales: la inmadurez del individuo y el escaso conocimiento de los procesos que participan en el enamoramiento y en el curso de una relación. En ambos aspectos, y sobre todo en el último, se puede mejorar.

El 1,4% de los hombres dice que ha tenido relaciones con más de 100 personas. Ninguna mujer confiesa tantas.

Porque mientras los españoles estudian, tal vez con desmesura, desde el aparato digestivo de los reptiles hasta los avatares de los reyes godos, raramente aprenden algo sobre el comportamiento amoroso. No se habla de ello en exceso en el seno de la familia, se ignora en los centros educativos, y los medios de comunicación ofrecen a menudo una imagen distorsionada. Con lo que sólo queda aprender por experiencia propia; pero tampoco es muy factible: la mayoría de los entrevistados con pareja afirma haber tenido sólo una relación estable en su vida... De esta forma, las versiones adolescentes sobre la temática amorosa reflejan una clara confusión, mezclando enamoramiento, amor y deseo sexual, creyendo incluso amar cuando sólo desean o justificando el deseo llamándolo amor.

El sexo diario le toca al 2,4%; al 28,7%, 2 o 3 veces semanales; al 15,5%, una por semana y al 20,9% varias al mes

Siempre conviene ser prudente respecto a lo que uno cree ver, sobre todo, cuando se está enamorado. Por definición, el enamoramiento constituye una fase, necesaria tal vez, de hiperactivación emocional y afectiva, en la que la otra persona no aparece como lo que es, sino como resultado de una clara idealización y/o proyección en él/ella de todo tipo de deseos, expectativas, necesidades, ilusiones, modelos interiores... Por ello, debe cuestionarse -por duro que resulte- lo que se cree percibir en la otra persona. Los datos sobre el atractivo físico así lo señalan: los entrevistados emparejados tienden a hallar más atractiva a su pareja que a sí mismos, lo que refleja (al ser matemáticamente imposible que lo sea) una distorsión de la realidad. Y si algo observable se distorsiona, ¿qué no ocurrirá con otros rasgos menos visibles?
Otro aspecto central de este análisis reside en las diferencias entre varones y mujeres. Buena parte de los tópicos parece seguir vigente, según se desprende de los concursos de parejas o programas sobre el amor en las televisiones, ejemplos patéticos además de esas relaciones inmaduras, adictivas o dependientes. Por otra parte, también de los datos emergen algunas diferencias muy claras. Así, los varones reconocen una mayor tendencia a la promiscuidad sexual y a la infidelidad, mientras ellas valoran más la fidelidad. Son también ellos más que ellas quienes, en general, llevaron la iniciativa en el inicio de la relación y de los primeros contactos físicos.

El amor de verdad lo puede todo. Así lo creen 7 de cada 10 españoles

Sigue en pie la tendencia femenina a vincular el sexo con el amor más que los varones, capaces de una mayor separación. Aparecen también algunas diferencias en las estrategias de seducción, sobre todo en relaciones a corto plazo o esporádicas. Pero no hay diferencia en la mayor o menor valoración que se dé a los celos emocionales o sexuales.
Sobre la conducta sexual en la pareja, resulta sugerente comprobar que los varones emparejados aseguran mantener intercambios sexuales con una frecuencia superior a la que afirman las mujeres emparejadas... ¿Cómo es posible? ¿Exageran los varones para adecuarse a la norma social al respecto? ¿O sus intercambios sexuales no son con su pareja, como indican los datos de infidelidad?

Seis de cada 10 personas han mantenido a lo largo de su vida una sola relación amorosa estable.

Podrían extraerse otras muchas consideraciones. Pero quizá, para concluir, debería recordarse que una relación amorosa constituye un camino plagado de dificultades y contradicciones, de las que hay que ser plenamente conscientes: la convivencia tiende a resaltar los aspectos negativos, la satisfacción del deseo tiende a acabar con él, la idealización se enfrenta a la realidad cotidiana, el deseo de independencia al compromiso con la pareja, la pasión tiende a declinar, el deseo de curiosidad y novedad sexual lucha contra la fidelidad... Fundamentar una relación pretendidamente estable, que dará lugar a una familia y a unos hijos, basándose sólo en la pasión o enamoramiento no constituye precisamente un síntoma de lucidez. Hacerlo además sin un adecuado autoconocimiento, en momentos de baja autoestima o fragilidad personal, constituye una decisión casi condenada al fracaso. Por ello, en estas cuestiones sería aconsejable utilizar una cierta racionalidad, no mayor pero tampoco menor de aquella con la que actuamos en otros aspectos de la vida (elección de profesión, residencia...)
Y aquí uno que está completamente de acuerdo.

... un pene ornamental

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