890. Lunes, 8 enero, 2007

Capítulo Octingentésimo nonagésimo: "Venus, una bella y bondadosa muchacha, era la diosa del amor; Juno, una terrible fiera, la diosa del matrimonio. Y siempre fueron enemigas mortales" (Jonathan Swift, 1667-1745, escritor irlandés)

Esta mañana al entrar al blog me he encontrado con que los Reyes Magos también se habían pasado por aquí y habían dejado una pequeña cajita azul. Con toda la ilusión del mundo la he desenvuelto y me he encontrado con una nota que decía "para la mejor gente que se pasea por internet, firmado Melchor, Gaspar y Baltasar" y un pequeño cuento escrito a mano que, haciendo caso de la nota, resulta que es para vosotros. Disfrutarlo.

La señora Marta Meacham poseía un establecimiento de panadería en la esquina. Es esa panadería en la que se entra subiendo tres escalones y donde repica una campanilla cuando uno empuja la puerta.
La señora Marta tenía cuarenta años; era soltera; su cuenta en el banco sumaba dos mil dólares; tenía dos dientes postizos y un corazón muy sensible. Mucha gente se ha casado con mujeres de inferiores merecimientos.
Dos o tres veces a la semana entraba en el establecimiento un cliente que no tardó mucho en llamar la atención de la panadera; un hombre de mediana edad, con gafas y una barba oscura cuidadosamente recortada.
Siempre compraba lo mismo: dos rebanadas de pan duro. El pan tierno costaba cinco centavos la rebanada. El duro sólo valía cinco centavos cada dos trozos. Pero aquel hombre nunca pedía más que pan duro.
Una vez, la señora Marta advirtió que su cliente tenía los dedos manchados de tinta. Supuso que era un artista, y desde luego, muy pobre. Evidentemente vivía en una buhardilla. Allí pintaría cuadros, comería pan duro y soñaría con las exquisiteces que hubiera podido comer en la tienda de la señora Marta.
A menudo, cuando ésta se sentaba ente las chuletas, panecillos tiernos, té y jamón, suspiraba. Hubiera querido que aquel artista, de tan gentiles modales, compartiese sus gustosa refacción en vez de comer unas duras cortezas de pan en su desolado ático.
Ya dijimos que el corazón de la señora Marta era muy sensible.
Para comprobar sus sospechas respecto al oficio de su cliente, la señora Marta llevó un día al establecimiento un cuadro que había comprado en una subasta y lo apoyó en los anaqueles donde tenía el pan.
El cuadro representaba un paisaje veneciano donde resaltaba un espléndido palacio de mármol (o eso pretendía el lienzo). Todo lo demás se reducía a un conjunto de góndolas, en algunas de las cuales viajaban damas que arrastraban por el agua las colas de sus vestidos, nubes, cielos, y una gran abundancia de claroscuros.
Seguramente el artista so dejaría de reparar en aquellos pormenores.
Dos días después entró en la tienda el esperado cliente.
- Dos rebanadas de pan duro- encargó.
Y, mientras se las envolvía, agregó con acento alemán:
- Usted tener un cuadro muy bello, señora.
La señora Marta, satisfecha de su añagaza, repuso:
- ¿Si? Admiro mucho... -no se atrevió a decir "a los artistas" y completó-: el arte. ¿Le parece bueno este cuadro?
El cliente dijo:
En general no ser un buen dibujo. La perspectiva no ser acertada. Buenos días señora.
Tomó el pan, se inclinó y salió presurosamente.
No había duda de que era un artista. La señora Marta volvió a llevar el lienzo a su cuarto.
¡Qué dulce y bondadosamente brillaban los ojos de aquel hombre detrás de su gafas! Un hombre capaz de valorar una perspectiva con una sola mirada tenía que subsistir con una rebanada de pan duro... Pero es normal que el genio tenga que luchar mucho, antes de ser reconocido.
¡Qué estupendo sería para el arte y la perspectiva que el genio estuviese respaldado por una cuenta de dos mil dólares en un banco, más una acreditada panadería, y un corazón sensible, y...!
En fin, señora Marta, ésos son sueños en mitad del día.
Desde entonces, cuando el cliente venía siempre platicaba un rato con la señora y hasta parecía que deseaba escuchar sus palabras.
Pero siempre compraba pan duro. Y jamás una empanadilla, ni uno de los deliciosos pasteles que ella llamaba Sally Lunns.
La señora Marta comenzó a pensar que el artista adelgazaba y su aspecto parecía más abatido. Y ella siempre deseaba añadir algo a la parva comida de su cliente. Pero en el momento de intentarlo no lo osaba realizar porque creía que los artistas tienen mucho orgullo.
Un día el parroquiano entró y, como de costumbre, depositó sus dos rebanadas de pan duro. Y mientras la señora Marta las buscaba, se oyó en la calle un gran estrépito y un camión de bomberos cruzó a toda velocidad.
El cliente salió a la puerta, para mirar qué pasaba: Cualquiera hubiese hecho lo mismo. Y la señora Marta aprovechó esa oportunidad.
Detrás del mostrador, en un anaquel, había manteca fresca, que el lechero había dejado unos minutos antes. Con el cuchillo, la señora Marta practicó una profunda incisión en cada uno de los trozos de pan duro y volvió a colocar las rebanadas en su forma original.
Cuando volvió el parroquiano, ella estaba empaquetando el pan.
Una vez que el artista se hubo ido, después de una breve y placentera plática, la señora Marta sonrió para sí, no sin cierto estremecimiento en su corazón.
¿No habría sido demasiado atrevida? ¿Se ofendería el artista?
Seguramente no. Allí no había ningún mensaje especial. La manteca no simbolizaba la audacia de una soltera.
Mucho tiempo pasó cavilando sobre aquel tema. Imaginaba la escena que se produciría cuando él descubriese aquel pequeño engaño: el artista soltaría su paleta y sus pinceles; miraría su caballete en el que lucía su pintura que resistía cualquier crítica. Luego, se dispondría a tomar su almuerzo, consistente en pan duro y agua. Mordería una rebanada y...
¡Ah!
La puerta sonó violentamente. Alguien entraba con gran fragor y alboroto.
La señora marta salió inmediatamente a la tienda. Había allí dos hombres. Uno era un joven desconocido que fumaba en pipa. El otro, el artista, cuyo rostro estaba enrojecido. Tenía el sombrero echado hacia atrás y el cabello revuelto. Crispó los puños ferozmente ante Marta. ¡Ante ella!
- Dummkopf - gritó, y añadió-: Tausendonfer!
Algo así parecía decir en alemán.
El joven trató de contenerle.
El artista exclamó airadamente:
- ¡No lo toleraré! Se lo diré todo.
Sus dedos tambolirearon nerviosamente sobre el mostrador.
- ¡Me ha echado usted a perder! - rugió. Sus ojos centelleaban detrás de sus gafas-. Yo tener que decírselo. Usted ser... una puerca entrometida.
La señora Marta se apoyó en el mostrador y se llevó la mano a la cintura ceñida de seda azul. El joven cogió al otro por el cuello.
-Vamos - dijo con autoridad-, creo que ya te has expresado bastante bien.
Sacó a la acera al enojado artista y regresó.
-Creo, señora -dijo-, que querrá usted saber a qué ha venido todo esto. Mi amigo Blumberger trabaja de dibujante para una empresa arquitectónica. Yo soy compañero suyo de oficina.
Blumberger llevaba tres meses trabajando intensamente en un plano para el edificio de unas casas consistoriales que van a construirse ahora. Quería participar en un concurso. Y ayer terminó la tarea. Ya sabe usted que los delineantes hacen a lápiz los bocetos. Luego se borra lo no conveniente con miga de pan duro. Es mucho mejor que la goma. Blumberger compraba el pan duro aquí. Y hoy... Bueno, señora, ya sabe usted que la manteca no es buena `para borrar. Ahora resulta que los planos de Blumberger no valen más que para hacer bocadillos de cantina de ferrocarril.
La señora Marta entró en la trastienda. Se quitó el ajustado vestido de seda azul y se puso el viejo de sarga que solía usar; después tiró por la ventana la mezcla de bórax y salvado que últimamente empleaba para la cara.
Por cierto, se les olvidó poner, aunque fuera en una esquinita de la caja, el título y el autor del cuento y por más que lo he buscado no ha habido manera de saberlo. Parece que más de dos mil años repartiendo regalos les está empezando a pasar factura a los pobres Magos.

... trueno de agua

Todos los "capítulos" de "tantos hombres y tan poco tiempo"

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